jueves, marzo 14, 2013

concepción






La bugambilia ardía de pronto en rosado. La lengua subía desde el suelo, escalaba por el interior del tronco y reaparecía en la cúspide como una hoguera de pétalos.
Abajo, miraba de reojo y le hablaba a ratos a la escalinata de cemento que conducía al corredor, porque ambas compartían la tierra áspera y la dureza de sus cáscaras; y arriba, se abrazaba al techo en un público abrazo de amor.
El sufrimiento alimenta el espíritu de sus llamas. Por eso es que no apagaba su incendio aunque tuviera un collar de alambre y una tortura de clavos. Por eso es que sonreía en medio del dolor.
La casa de mis abuelos era la única que lucía una bugambilia. Y no había otro árbol que brillara con esa luz bajo el verano. No había otra flor que se enredara con tanto fuego a la vida.
(de poemario inédito “La bella memoria de la memoria”)

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