El
espejo en el estanque
El
hombre lame las patas de la oscuridad,
hay
un sollozo de costumbres y otro perfume fugitivo en el iris.
En
el recuerdo, la sombra guarda una apariencia exquisita,
tiene
el óxido de la armadura y la suerte de fingir un color.
Estoy
donde quieres que viva, en la ciudad de la gracia eterna,
entre
los puntos cardinales y los meridianos que agitan mi barriga.
Caravanas
de cultos y capillas lumínicas abren sus monederos,
deporte
añejo, herencia del dios ateo como la misma muerte.
Estoy
por estar. Zigzagueo la mirada hacia los muelles,
los
barcos se conforman con aproximar los latidos y trasladar las barrancas;
del
otro lado, lo virginal deja de ser el sueño, cuando la tierra queda bajo las
aguas y
los
veranos buscan otras lechuzas.
Los
espejos empañan al monumento, las alas tienen el pretexto roto.
El
lugar que habito posee la firmeza de mis piernas y una enfermedad hueca en sus
pulmones.
Los
árboles poseen la sabiduría de las venas,
se
mojan las vestiduras para pintar el torso de quienes enraizados beben de algún
cáliz.
Una
rama aquieta el dolor de un cristo, los pasos deambulan por este suelo, lo
aman,
no
creo que él esté contento.
Se
asoma lento, el progreso mira hacia la costanera,
el
paisaje quiere el cambio, pero los hombres se cierran.
La
batalla resumió los ciclos de la austeridad, bañó con sangre de muchos al campo
y
debilitó
la victoria.
Mi
ciudad resiste los tornados, su andar es pequeño,
el
monstruo se trago el cine y un teatro quiere llenarse de bestias.
Las
voces de los indios muestran la cultura mientras el arte se busca lejos,
acá
nació la verdad de esta letanía.
Fueron
barro y tierra, zanjones y campos, me crecieron los arbustos, los sauces,
y
los palos borrachos, pocos ceibos y algún pino que hamaca el silencio de los
héroes.
Los
edificios arrasan con el verde y todos los olvidos mutilan la extrañeza.
El
Convento, los franciscanos, los curas, las monjas, otras escuelas y muchos
personajes, San Martín y sus granaderos, y el 3 de febrero,
hicieron honor a la patria libertada.
En
el estanque está guardada la esperanza, vanagloria de los rostros sucesivos de
otra nada,
porque
en mi pueblo la nada se hizo virtud y el vacío la promesa obsecuente.
El
violeta vibra para que la luz haga perenne a alas de cemento.
Estoy
sola y miro.
Pinta
los vidrios, sueña, el niño también mira.
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