Saeta
roca esculpida en la suavidad de mi
mano
mientras la
brisa me avisa del atardecer.
Soles de
ojos tus ojos aquí,
la piedra y
su calor
atrapado en
el imperturbable transcurrir del día en los elementos-,
decide ser
el puente desde el cual me lanzo de una vez por todas hacia ti.
No puedo
evitar el golpe,
el asalto de
tierra en mi pecho abierto,
el choque
frontal,
la nube de
polvo,
hundiéndome
hasta el fondo
en la
perpetuidad presente
de tu cuerpo
enroscándose en el mío;
serpiente
caprichosa,
foránea,
antepasada
transeúnte de estas tierras que transito,
del canto
alegre de los niños
y la fruta
madura del viñedo:
Eres tú, impregnado
en la savia de la exuberancia vegetal.
Eres tú,
profundo y silencioso,
musgo que
habita desde el fondo y en el fondo,
en el
cristal de estas aguas uterinas que atravieso a diario
para nacer
siempre la primera vez.
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